Quien nos diría que el año 2020 resultaría tan retador, tan impredecible, lo que nadie imaginaba ha ocurrido, una pandemia que cambio al mundo, que marcó nuestras vidas de alguna u otra manera.
Cuarentena, suspensión laboral, desempleo, ansiedad, depresión, obesidad, crisis matrimonial, educación a distancia, en fin, el Covid-19 ha modificado nuestro rol como mujer, madre, esposa, empleada o emprendedora, ha puesto a prueba nuestra capacidad de resiliencia, ha sacado lo peor y lo mejor de cada una de nosotras para poder sobrevivir.
Nos ha despertado de la monotonía y cotidianidad, y nos ha situado en el lugar de repensar cómo seguiremos nuestras vidas, de dónde generaremos esos ingresos que garanticen nuestra supervivencia, que nos permitan continuar con nuestro nuevo estilo de vida, y digo nuevo porque seguramente, muchas de nosotras ha modificado o reducido gastos, para apalear el alza en los precios de la canasta alimenticia, de los combustible; aunado a la disminución de salarios o ingresos para las que son emprendedoras.
Hemos modificado hábitos y conductas para contrarrestar los efectos negativos que trae consigo la cuarentena. Pidiendo a Dios todos los días, que nos libre a nosotras y a nuestras familias de esa terrible enfermedad, con consecuencias tan desastrosas.
Es un momento histórico, para que en esta parada obligatoria en que nos encontramos, desaprendamos conductas y hábitos que ya no sirven, que ya no suman; y en cambio busquemos en nuestro interior, esa chispa que nos estimule cada día a levantarnos y empezar de nuevo, pero disfrutando esta vez el proceso, el trabajo, la familia y la paz interior, porque hoy más que nunca sabemos, que solo se vive un día a la vez.